La atención es un fenómeno complejo con el que seleccionamos la información de nuestro entorno. El contexto que nos rodea nos va ofreciendo estímulos, y nosotros vamos clasificando la información nueva y en ocasiones muchas de nuestras reacciones vienen determinadas por la amenaza de peligro que sentimos: miedo a perder la salud, a prescindir de personas queridas o a quedarnos sin nuestra fuente de ingresos. Estas amenazas pueden acumular la mayor parte de nuestra atención. Hay momentos de nuestra trayectoria vital en el que experimentamos grandes cambios y ante la inseguridad nos podemos centrar en un tipo de información negativa y de peligro, el riesgo está que nuestra capacidad de observación y percepción ignore así otros aspectos importantes de nuestro alrededor.
Es esencial que podamos percibir los aspectos más sutiles de nuestra vida si queremos estar en coherencia y sentirnos bien con nosotros mismos: ver la cara de nuestr@s hij@s cuando constantemente le damos malas contestaciones, la sensación de frialdad al entrar en algunos espacios o la priorización de tareas rutinarias ante otros trabajos más creativos. Para ver de verdad necesitamos estar atentos, porque si nuestros sentidos perciben los cambios, pero nuestra mente está centrada en otro lugar puede que éstos se registren pero queden apartados en nuestro inconsciente. Estos estímulos puede que sean menos vistosos que otros, pero si no les prestamos la atención suficiente es posible que impliquen pérdidas importantes a largo plazo: la rotura emocional de relaciones, no poder estar donde mejor nos desarrollamos o la pérdida de contacto con nuestra creatividad.
Es esencial que nos demos cuenta en qué aspectos enfocamos la mayor parte de nuestra atención, cuántos recursos dedicamos a elementos amenazantes y qué impacto emocional tiene esto en nosotros. Es clave para nuestra autogestión emocional que estemos atentos a cómo priorizamos los estímulos para poder decidir cuánto tiempo y energía les queremos dedicar.