¿Alguna vez os habéis preguntado si sirve de algo preocuparse? Si lo analizamos bien, al preocuparnos ponemos en marcha una energía que todavía no es necesaria, nos “pre”, antes de hora, “ocupamos”, tomamos acción sobre una situación que solo se produce en nuestra mente que además suele tener un final negativo. Es decir, estamos pensando y actuando sobre un espejismo.
Si nos paramos a pensar, ¿de qué sirve preocuparse y pensar en algo que juzgamos que no acabará bien? ¿Qué conseguimos con esto? Cuando actuamos así no hacemos más intentar dirigir nuestro destino, primero creando un futuro adverso y después intentando crear estrategias para evitarlo.
Con la preocupación creamos con nuestra mente un mañana en negativo, abriendo las posibilidades de que realmente ocurra, ya que ponemos mucha energía, primero en crearlo con todo lujo de detalles- con nuestra fantasía los escenarios, las situaciones, las emociones, el guión- para después organizar todas las estrategias que lo evitarán.
Cuando vivimos desde el miedo, la preocupación incesante y la desconfianza ponemos en marcha muchísimos esfuerzos para dirigir el porvenir y al hacerlo creamos un camino forzado que no obedece a nuestra auténtica necesidad o voluntad, sino a nuestros miedos. De este modo nos podemos encontrar un día que no sabemos ni quienes somos ni porqué estamos donde estamos porque no nos hemos dejado ser, simplemente hemos actuado evitando situaciones, sin poder ver claramente nuestro camino.
Para vivir sin tanta angustia es importante creer en la sabiduría la vida, confiar en nosotros y en los demás, incluso apostar porque nuestros hijos sabrán decidir por ellos mismos. Observar lo que ocurre en nuestro día a día y descubrir su sentido se puede lograr desde la calma. El presente está de acuerdo con lo que somos ahora y va cambiando y fluyendo constantemente con las diferentes experiencias relevantes que vamos obteniendo de la vida.