Descansar en el presente es algo que no solemos realizar habitualmente, respirar y disfrutar del instante que vivimos. Cuando nos detenemos podemos agradecer la oportunidad de existir ahora, algo que damos por descontado, pero que es realmente un regalo, sino que nos lo digan aquellos que por enfermedad, vejez o por otras circunstancias ven su marcha más cercana.

Recuerdo ese modo de estar pausado, ese masticar lento del tiempo de mi abuela. Se pasaba horas mirando por la ventana, observando simplemente como se iba desarrollando la vida de los demás. Y cuando volvíamos de la escuela, estaba contenta de vernos, siempre con comida hecha, con trabajo quitado de encima. La sencillez de la vida de una abuela, tan importante al mismo tiempo, tan esencial: la calidez de saberse siempre bien acogido, los detalles, los caprichos, el lugar donde poder reconocernos como niñ@.

Las pausas infinitas, relajadas y lentas son como los regazos de las abuelas. Allí no pasa el tiempo, continuamos siendo nosotros, con esa esencia de la infancia que pervive cuando no hay horas ni años, ni pasado ni futuro. Es en esos instantes cuando podemos encontrarnos con nosotros mismos, recogernos y quedarnos por fin.