Dicen que somos como somos, que hay aspectos que no podemos cambiar y la verdad es que hay facetas de nuestra personalidad que vienen heredadas con la genética. Recibimos el temperamento de nuestra familia biológica mientras que el carácter viene determinado por la experiencia, con lo que vamos experimentando mientras vivimos. Independientemente de todo esto, en el fondo está nuestra esencia eterna, nuestro yo más auténtico que se manifiesta en este mundo vestido con nuestra personalidad.
Es un reto honrar nuestra personalidad cuando nos crea conflictos internos, como por ejemplo, al descubrirnos siendo envidiosas, perezosas o irascibles cuando nos gustaría ser de otra manera. Es difícil reconocer que tenemos tendencia a controlar, a encerrarnos en nosotras mismas o a huir cuando son aspectos que rechazamos.
Viajar con los aspectos que nos gustan menos de nuestra personalidad es todo un trabajo de aceptación y también de acompañamiento. No podemos evitar que todas esas tendencias automáticas adquiridas por herencia o por vivencias de cuando en cuando salgan a la luz y nos creen mortificación y frustración. Sin embargo realmente estar ahí, darnos cuenta y mitigar sus efectos secundarios, ya es mucho.
Cuando reculamos, nos disculpamos o compensamos las situaciones creadas por nuestra inconsciencia estamos ya creando un nuevo escenario para que tengan lugar otros finales, otras relaciones, otras circunstancias. Estamos creando un final diferente al que estamos acostumbrados. Es una habilidad creadora para modificar destinos.
Foto de Douglas Lopez en Unsplash