Es habitual que idealicemos algunos conceptos que incluyen maneras de estar y relacionarse. Sí, estoy hablando de nuestras ideas sobre lo que es “el trabajo”, “la familia” o “el amor”. Los conceptos que representan suelen estar sublimados y suelen dar más de un dolor de cabeza y de corazón.
Tomemos por ejemplo la palabra “trabajo”. Cuando estamos saliendo al mundo laboral podemos llegar a pensar que debemos acceder a un puesto acorde con nuestra formación y que el sueldo irá retribuido según nuestro valor. Cuando esto no se cumple nos podemos sentir traicionadas porque nuestras expectativas no se han hecho realidad.
Lo mismo ocurre con la palabra “familia” cuando los padres se separan o como algunas personas dicen, se “rompe” una estructura familiar parece que se está haciendo algo imperdonable para los hijos y otros familiares cercanos. Hay una sensación de fracaso, de no haber podido cumplir lo que se esperaba, de no haber podido mantener una estructura firme en la comunidad.
Y qué he de decir del “amor romántico”. El aura con que adornamos a nuestro enamorado o enamorada viene ineludiblemente acompañada de decepciones al ir revelando el espejismo que nos hemos montado y al descubrir la persona real con la que estamos.
La constante búsqueda de estos espejismos puede ser larga y sin resultados y nos puede dejar con una sensación de inadaptación, de no pertenencia, de que no existe un lugar claro para nosotros en este mundo en el que vivimos.
A veces el proceso de tocar tierra y saber cuál es la realidad es un proceso doloroso, pero también es muy liberador. Es poder ver más allá de los velos y de falsas imágenes. Cuando lo conseguimos podemos “tocar” el suelo psicológico con el que funcionamos y podemos decidir qué es lo que hay, que hay disponible e impulsarnos si lo necesitamos. Asumiendo la realidad podemos determinar cómo deseamos vivir verdaderamente en el lugar en el que estamos.
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